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Es una fría y silenciosa noche, aunque quizás sea ya de madrugada, y me encuentro acostado en mi pequeño cuarto sin poder dormir, como tantas otras noches, observando la nula oscuridad a través de la cual mi mente empieza divagar por diversos y distintos pensamientos e incluso algunos recuerdos que creía ya olvidados.

Los primeros pensamientos, que se acercan a mí en estos momentos, suelen estar siempre relacionados a la pesadilla constante en la cual parece haberse sumido el mundo desde que todo lo relacionado al encierro empezó, estos pensamientos suelen presentarse normalmente como cuestionamientos que van dirigidos hacia lo que he estado haciendo con mi vida desde entonces; si estoy siendo capaz de encontrar mi propio camino o si acaso estoy cerca de lograr alguno de los sueños y objetivos que me planteé hace mucho tiempo atrás.

Es entonces que los recuerdos me inundan, por lo que puedo recordar como solía ser mi mundo antes, sumergiéndome, como un gran nadador, en recuerdos muy antiguos los cuales no solía rememorar con frecuencia, siendo así que me encuentro como teletransportado mágicamente a un pasado en el cual tenía muy pocas preocupaciones y los sueños e ilusiones abundaban en mí como un manantial de agua fresca. Por lo que puedo recordar con una nitidez casi perfecta algunos de los sueños que, siendo muy pequeño, pude albergar y cultivar dentro de mi corazón y que lamentablemente siento que se alejan cada día más.

Aun así me veo incapaz de dejarme llevar completamente por mis pensamientos ya que a través de la silenciosa noche llegan hacia mí los sonidos que se volvieron habituales en estos tiempos y que, sin importar su repetición, se vuelven cada vez más estremecedores, los cuales puedo escuchar a través de la pequeña ventana abierta, que se encuentra cercana a la cama en la que me encuentro, y que son en sí el pasar de lo que parecen un centenar de ambulancias que a lo largo y ancho de toda la ciudad se dirigen hacia unos hospitales colapsados con la esperanza de encontrar un pequeño espacio para salvar la vida de la persona que llevan en su interior.

Es lamentable darnos cuenta como hemos podido caer tanto, mi mente me recuerda aquellos momentos de seguridad y autosuficiencia previos a la catástrofe, que ilusos fuimos al creer que podríamos evitar toda esta calamidad, la verdad es que pareciera que cada día nos vemos más sumidos en ella…

No obstante, el sonido se aleja y, con ello, mi inquieta mente puede permitirse un momento de relajación antes de volver a su propia e inútil introspección. Esta vez los viejos sueños no son ya el centro de mi divagación, esta vez mi mente centra su atención en algo que la ha inquietado desde hace mucho tiempo, esto es el desarrollo de muchas decisiones que tomé o pude tomar y que me han llevado a estar en dónde estoy.

Quizás más que simples decisiones sean  en cierto punto los arrepentimientos que invaden de extraña manera mis ya complicados pensamientos, arrepentimientos que suelen estar fuertemente relacionados con aquellas experiencias que siendo joven me hubiera gustado realizar y que por distintos motivos no tuve el valor de hacer e incluso parecen extenderse hacia mi actualidad ya no como arrepentimientos sino más bien como decepciones de cosas que siendo joven me gustarían poder hacer y que me son privados por el contexto en el que vivo.

Estoy consciente de lo tonto que puede llegar a sonar el arrepentirse de algo que ocurrió hace ya tiempo, puesto que esos momentos ya pasaron y no se pueden cambiar. Pero bueno, quizás el objetivo del arrepentimiento es el desear haber hecho algo que ya no podemos hacer, el comprender que pudimos haber hecho algo más, aquel deseo extraño y tan antinatural de poder controlar todo lo que nos pasa o nos pasó, creyendo de manera ilusa que somos realmente dueños exclusivos, y no compartidos, de nuestro destino. Sí, la verdad lo más fácil que me queda es el arrepentimiento, ya que es la salida menos proactiva y más cómoda, aunque no sea en sí misma una salida efectiva.

Mi mente navega estas aguas tan inquietantes, cuando nuevamente se ve interrumpida por un sonido proveniente del exterior, esta vez la interrupción proviene de un grupo de aves que bastante madrugadoras empiezan a cantar y a volar aún antes de la llegada del alba y sus primeras luces.

Esto genera una nueva idea que se desarrolla lentamente en mí,  y esta se centra en aquel extraño descubrimiento al cual todas las personas terminamos llegando: la comprensión de cómo nuestra existencia como seres humanos es tan pequeña en un universo repleto de vida diversa y distinta que no depende de nosotros y de todas las actividades que desarrollamos, puesto que lo cierto es que el mundo existió millones de años antes que nosotros y probablemente continúe existiendo millones de años más después de que nos extingamos o eventualmente abandonemos nuestro planeta…

Qué interesante es que el simple canto de unos pequeños pájaros pueda generar ideas tan alocadas y lejanas como puede ser el pensar en que la vida pueda llegar a desarrollarse en algún momento muy lejos de la Tierra. Resulta igualmente interesante e inquietante el darnos cuenta de que tan lejos puede llegar nuestra imaginación si le damos rienda suelta, si bien esto me entretiene siento que es bastante improbable que yo pueda llegar a ver estos sueños hechos realidad. Aún así la perspectiva de un futuro así puede generar en mi una especie de mezcla de sentimientos que se encuentra en la balanza entra el entusiasmo y la decepción, obviamente el entusiasmo se genera por ver como miles de películas que hablan sobre vida en otros planetas podrían empezar a volverse realidad o a verse totalmente ridículas en comparación con la realidad, y la decepción se genera por pensar que si esto ocurre no será más que aceptar que fuimos incapaces de salvar nuestro planeta o que incluso terminamos generándole al daño que nos fue imposible seguir viviendo en él.

Pero, por más que a mi mente le gustaría seguir divagando en esos absurdos, pero tan divertidos pensamientos, la verdad es que el observar un peor panorama me hace sentir un poco incómodo por lo que prefiero centrarme nuevamente en aquel constante y alegre canto de pájaros que me transmiten una tranquilidad que en los últimos tiempos se me ha hecho difícil de encontrar y, más aún, de conservar. Pienso en lo bella que puede resultar muchas veces la vida, en las historias que estos pequeños pájaros podrían contar, si pudieran hablar, y en cómo ellos, a pesar de todo lo que vivimos, continúan como si nada pasara, viviendo y realizando todas las actividades a las que se encuentran acostumbrados e incluso más. Es entonces que, mi mente se nubla nuevamente y se pregunta si el mundo no sería mejor para aquellos pequeños seres si nosotros no interfiriéramos continuamente con su hábitat y su vida. 

Sin embargo su canto tranquilizador vuelve a surtir efecto y me aleja de aquella triste niebla, esta vez me envían nuevamente al pasado, pero los recuerdos que me invaden ya no son ligados a sueños o arrepentimientos, sino que son recuerdos un poco más felices. Recuerdos en los cuales, a pesar de las circunstancias, la sonrisa se dibujaba en mi rostro y en el de mis seres queridos, con una facilidad que el tiempo parece haber complicado, o quizás sea esa simple inocencia con la cual solía ver el mundo y que como consecuencia natural me ha abandonado lentamente.

Entres estos alegres recuerdos se encuentra especialmente guardados aquellos relacionados a mi crecimiento, aquellos en los cuales junto a mis padres pude empezar a conocer un mundo que, a pesar de ser extraño, me resultaba tan asombroso y particular que no podía evitar querer saber y aprender cada día más,  añadiendo que con la compañía de los seres que más me amaron me llenaba un sentimiento de seguridad y protección que, probablemente, pocas veces vuelva a sentir en un nivel tan intenso y elevado como en aquellos días.

Igualmente, no solo guardo con especial afecto aquellos primeros recuerdos, sino que también suelo recordar con especial cariño aquellos lugares en los cuales siendo más joven pude ser feliz, las librerías abarrotadas de historias, los caminos llenos de piedras y en construcción e incluso los buses llenos de gente. Todos estos lugares se relacionaron directamente con mi desarrollo personal y me ayudaron a convertirme en quién soy y que, indiscutidamente, tendrán su clara influencia en lo que seré.

Aún así, los nubarrones no parecen querer disiparse de mi mente tan fácilmente, puesto que, si bien el recordar todos estos aspectos puede generarme una sensación agradable cercana a la alegría, producen de igual manera sentimientos encontrados que parecen dirigirse sin desvíos de ningún tipo hacia la melancolía. Extraño como nunca he extrañado en mi corta vida el poder ir a todos estos lugares, el poder ver como las cosas solían pasar con normalidad y como la vida en su máximo esplendor se desarrollaba imperfecta como siempre, pero de cierta manera perfecta para mí.

Por suerte, aquel ya lejano sonido del canto de los pájaros me dejó una última sensación que empieza a provocar como reacción en cadena un último recuerdo que guardo, ya no solo con especial cariño, sino además con una especie de alegría que puede de manera extraña rayar la locura. Este es, y cómo podría no serlo, un recuerdo relacionado con el sentimiento más bello y complicado que todos los seres vivos podemos sentir, obviamente hablo del amor.

Aquel inocente canto de pájaros devolvió a mi mente su recuerdo haciendo que ella volviera a mí tal y como siempre, de manera intempestiva e inesperada, recordándome de una forma extraña a su tierna risa, llevándome de vuelta a los pequeños momentos que solíamos pasar juntos, aquellos en los cuales descubrí de una forma completamente inesperada el por qué se dice que el amor es la fuerza más grande de todas; al igual del por qué este sentimiento tan caprichoso puede generar que un hombre cambie completamente su forma de ser y se convierta en la persona más feliz de la Tierra o en la más desdichada de todas las personas.

Lo cierto es que con ella estuve bastante cerca de caer en ambos extremos y terminé, inusualmente en el medio, ella cambió mi vida de tal forma que cuando todo terminó nada había cambiado, pero a la vez todo era distinto y nada podría volver a ser lo mismo, fue una experiencia tan desconcertante que la verdad suelo evadirla normalmente, aunque a veces pequeñas cosas que pueden parecer triviales o sin sentido, suelen recordarme su paso por mi vida y lo importante que fue para mí, aun si ella no lo sabe.

Es en esta clase de momentos en los que desearía poder callar todos los pensamientos que me rodean, poder silenciar mi mente y sentir una tranquilidad que me ayude a afrontar de mejor manera lo que está por venir, si bien cuando lo pienso seriamente como lo hago ahora suelo concluir que sería un poco aburrido vivir en absoluta tranquilidad sin que nada que pudiera motivar una reacción de mi parte ocurriera, lo cierto es que en estos momentos de profunda cavilación suelo terminar pensando que la existencia se caracteriza en sí por su profundo caos, que somos seres acostumbrados al mismo y que su simple y mera existencia, otorga un sentido a la nuestra, guiándola y haciéndole reaccionar aceptando o yendo en contra de todo aquello que parece ser parte de lo ya establecido.

Este extenso y completamente personal pensamiento se ve concluido nuevamente por la acción de una fuerza exterior, esta vez es el amanecer el que de manera lenta pero constante, empieza a desarrollarse obligándome a alejar mis pensamientos y mi mirada de una introspección tan larga como la realizada, y a centrar la misma en prepararme de alguna manera para afrontar un nuevo día y todo lo nuevo o repetitivo que este pueda traer. Por ello, lo primero que hago es dirigir mi mirada al reloj ubicado en la mesa de luz y, descubro que, a pesar de ser relativamente temprano no tengo muchas ganas de continuar en cama.

En consecuencia, decido levantarme con la típica paciencia y lentitud que el haber dormido poco y mal produce, en cuanto logro ponerme de pie y desperezarme un poco, me dirijo de manera casi instintiva a observarme en el espejo., es ahí que, cuando mi mirada se cruza con la del extraño de enfrente, descubro casi por azar algo que me hará quedarme quieto por un tiempo y volver, como un barco mal reparado, a hundirme en mil pensamientos que espero esta vez, con la ayuda de la claridad que llega con el amanecer, pueda otorgarme las respuestas que siento necesito desde hace un tiempo.

Esta vez lo que llamó mi atención, al mirarme al espejo fue el darme cuenta de lo distinto que me veo a como lo hacía hace algún tiempo, mi rostro no denota aquella casi tonta alegría que recordé la anterior madrugada, no puedo ver en mi rostro algún rastro de aquel niño que deseaba conocer cada día un poco más sobre el mundo y todo lo relacionado con él, la verdad es que cuando me observo atentamente frente al espejo puedo ver a un ser completamente extraño a quién no reconozco y que claramente parece haber traicionado todo aquello en lo que solía creer.

Lo innegable es que veo en mí la consecuencia de todo lo que ha estado pasando por mi vida y la de los demás a lo largo de los últimos meses, veo que lamentablemente parezco un ser que se ha dejado llevar por la fuerza indetenible de una corriente que empezó a empujar con una fuerza que me fue imposible contener o que quizás, en una muestra de debilidad, me vi poco interesado en contener. Por consiguiente, me veo lentamente arrastrado y consumido por las preocupaciones que empezaron a rodear una vida que volvió tan complicada que me fue imposible de entender.

Es en este triste contexto que mi mente intenta, como si fuera un abogado contratado, explicar el por qué llegué a esta situación de la cual apenas empiezo a darme cuenta, me digo a mí mismo que lo más seguro es que no tuve nunca la posibilidad de prepararme para enfrentar algo así, que me era imposible reaccionar ante algo que por serme desconocido pudo afectarme de tal manera que me hizo llegar al punto de desconocerme y, al no verme completamente convencido por esta simple respuesta, me digo que no soy el único que cambió de manera tan negativa con todo lo que ha pasado, que es más que seguro que muchos otros han sufrido igual o peor que yo, y que quizás no debería preocuparme tanto.

¡Desvergonzado y poco empático! ¿Cómo puede alguien consolarse en el sufrimiento de los demás? ¿Cómo se puede caer tan bajo? La verdad es que algo acaba de despertar en mí, una especie de conciencia de existencia que hacía no mucho permanecía dormida e inactiva observando y esperando el momento exacto para actuar. Ese momento llega cuando, impulsado por los recuerdos, por los sueños y todo aquello que me lleva a ser quien soy, puedo darme cuenta de mis errores e intentar, sin importar nada más, enfrentarlos para poder lentamente reencontrarme con aquel ser al que perdí en el camino y que constituye mi propia esencia.


La claridad del nuevo amanecer empieza lentamente a inundar mi pequeño cuarto y, de igual manera, mi conciencia empieza a inundarse de una claridad que hace mucho tiempo venía necesitando. Me miro frente al espejo y puedo ver como mis facciones empiezan lentamente a cambiar, conforme mi mente empieza a alejarse de los pensamientos mediocres y lastimeros en los que se estuvo hundiendo los últimos meses; abrazando, como casi nunca, el cambio que se aproxima y que pretende como si fuera un barco salvavidas alejarme de una debacle que de prolongarse pudo volverse cada vez más preocupante.

Lo primero que inunda este nuevo cambio parece centralizarse en un aspecto claro que ha sido hasta hoy el principal motivo de mis decepciones, siendo esto el constante sentimiento de vacío que se hacía presente en mi corazón, esto provocado por una percepción de que todo aquello a lo que me he dedicado en el último tiempo no es algo en lo que me sienta completamente seguro, un continuo cuestionamiento de si he decidido correctamente lo que quiero hacer de mi vida. Puedo al fin, de manera segura, darme cuenta que resulta absurdo cuestionarme todo aquello que hago, siento que debo rodearme nuevamente de aquella seguridad que venía con la inocencia del niño que alguna vez soñó cosas tan grandes como un edificio, convenciéndome a mí mismo de lo capaz que puedo ser.

De igual forma, me doy cuenta, como si un balde de agua me cayera encima, de la gran cantidad de posibilidades que el estar vivo me ofrece, la vida en sí misma me ofrece la misma posibilidad de soñar miles de cosas nuevas y emocionantes que aunque puedan no volverse realidad formen parte de mi vida, de vivir nuevas experiencias que si bien no sean las esperadas y ansiadas sean únicas por la forma en las que quiera vivirlas, de crear, a través de todas estas vivencias nuevas, experiencias que compensen todos aquellos arrepentimientos que pueda tener, de volver a amar de una forma más madura y que me ayude a ser alguien mejor, y, por último, de vivir como si cada día fuera el último, no con miedo sino con la idea de disfrutarlo al máximo.

Es en este pequeño momento en el cual puedo volver a observarme en el espejo y encontrar, como hacía tiempo no lo hacía, un rostro que me resulta familiar, el rostro de una persona que no se deja hundir por lo difícil que pueda resultar la vida, el rostro de un ser que a pesar de lo difícil que pueda resultar el mundo actual, con sus nuevas restricciones y continuos cambios, pueda poner buena cara ante los problemas y encontrar aquello que todos buscamos, la felicidad.

Como resultado, al verme por última vez al espejo, ya no me hundo en un millar de pensamientos que cambien de manera constante mis sentimientos, sino que me percato de un aspecto físico interesante, tengo los labios secos y sonrío pensando en la sed de la cual no me había percatado y me alejó con el fin de calmar la sed física que siento, al igual de poder lentamente colmar la sed de vivir que siento recorre nuevamente con ímpetu mi cuerpo, tal y como seguramente lo hace en el de muchos más.


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